lunes, 14 de julio de 2014

¿Por qué apoyo al fútbol alemán?

Durante estos últimos días mundialistas me he sentido fuertemente criticado y cuestionado por expresar mis preferencias por el fútbol alemán, incluso por amigos muy queridos y cercanos.  Tan solo me gustaría recordar en estas líneas que toda persona es el producto de una experiencia de vida, y que preferir a un equipo es parte de ese proceso.


Cuando era niño teníamos apenas dos canales de Tv, me pasaba las tardes en uno de ellos viendo fútbol alemán, con las narraciones del inolvidable Andrés Salcedo en la ya desparecida TRANSTEL.  Fue ahí que me empezó a gustar ese bonito fútbol germano de los 70, tan ordenado y efectivo.  A tan corta edad reconocía a los equipos alemanes incluso antes que a los bolivianos.

A mis 10 años me tocó ver mi primer mundial por tv: España 82, Alemania hizo un buen campeonato y yo ya me sentía cercano a su futbol.  Pese a que perdió aquella final con Italia, mi preferencia no hizo más que reforzarse. Cuando llegó Italia 90, ya era un apasionado seguidor y celebré muchísimo aquella tercera conquista alemana.

Más allá del propio fútbol pasaron cosas en mi vida que fortalecieron mi afecto por Alemania.  El año 2000 la cooperación alemana me contrató para un trabajo que significó muchísimo en mi vida profesional, en un momento en el que las cosas no estaban nada fáciles, ¡fue como una salvación! Un año más tarde tuve la oportunidad de visitar Alemania, la gente fue muy amable y respetuosa en todo momento.

El 2003 me casé con Any, que es mitad alemana y tengo dos hijos con nacionalidad boliviana y alemana. A lo largo de mis años, aprendí que Alemania es un admirable país por su capacidad de resiliencia, por su empeño por la perfección, no por nada la frase "Made in Germany" es sinónimo casi incuestionable de calidad. Hoy es una nación de paz, desarrollo y es una de las democracias más fuertes de Europa. Por supuesto que, sin duda, tendrá también muchos aspectos cuestionables.

Así como la mía, debe haber de seguro experiencias de cientos o miles de personas que han nacido en este continente, y que tienen su razones para preferir a cualquier equipo europeo, asiático o de otro lugar del mundo, todo dependerá de la cercanía y afecto que se crea con los años.

No concuerdo con quienes piensan que es aberrante que un sudamericano prefiera un equipo europeo, o que el hecho de no tener ni una gota de sangre europea me impone la condición de apoyar "solo a los de aquí no más". Para mi la cercanía geográfica no es sinónimo de obligatoriedad y me parece inoportuno y hasta dictatorial pretender que todos/as estemos alineados por los equipos sudamericanos. Si la simpatía es parte de ello, pues bienvenida sea, y de hecho tengo enorme afecto por países como Brasil, Colombia o Costa Rica y tantos otros.

Que el mundial sea pues parte de aprender a apreciar el buen fútbol venga de donde venga, sepamos reconocer sin tanto sesgo y preconcepto la entrega en cancha que nos regalaron equipos como Colombia, Costa Rica, México, Holanda, Alemania y otros. El fútbol nos puede enseñar maravillosas lecciones, quedémonos con eso y descartemos toda esa maraña de estereotipos e imposiciones, y sobre todo, tiremos a la basura los insultos y descalificaciones, que no hacen más que generar separatividad.

lunes, 17 de febrero de 2014

El hombre que NO quiero ser

Por Bernardo Ponce Asin


No quiero ser…
  • el charlatán que divulga a viento y marea las relaciones pasadas, como si de trofeos se trataran… prefiero guardar el afecto que mis ex parejas me han confiado a lo largo de mi vida, y verlas como un universo de enormes lecciones y aprendizajes.
  • el mentiroso que se engaña a si mismo pensando que teniendo muchas mujeres es más hombre.
  • el canchero que piensa que un escote o una minifalda le da derecho a despachar piropos, tragos o a meter mis manos donde no tengo permiso de hacerlo.
  • el patán que ante la mínima desavenencia se va a los puñetazos, como si los hombres no hubiésemos desarrollado la capacidad de hablar y razonar para resolver nuestras diferencias.
  • la roca insensible, incapaz de conmoverse y llorar ante el dolor humano, porque llorar no nos hace, ni nunca nos ha hecho más débiles.
  • el hipócrita que dice aceptar tener amigos homosexuales, y que entre cuates se jacta y cuenta chistes homofóbicos, o que siente amenazada su masculinidad por tener cercanía con gays. 
  • el metiche que cuchichea de pasillo en pasillo sobre el trasero o senos de las colegas mujeres… prefiero respetarlas valorando su capacidad, talento y potencial para el trabajo.
  • el jefe, gerente, director o lo que se llame, que cree que su posición le da el derecho a acosar a las mujeres en la oficina.
  • el marido que cree que un papel firmado le da derecho a tener el control sobre la vida, la privacidad, el cuerpo y la sexualidad de la esposa.
  • el patrón jefe del hogar que necesita sentarse en la cabecera de la mesa y ejercer violencia verbal y gritos hacia la familia para sentir que 'ese es su lugar en la casa'.
  • el inútil que necesita que le sirvan el desayuno, el almuerzo o la cena… prefiero sentirme perfectamente a gusto en la cocina preparando algo delicioso para mi, mi pareja o mis hijos.
  • el prepotente que llega después del trabajo bocineando frente a la casa para que le abran la puerta, faltando el respeto no sólo a la propia familia sino a todo el barrio.
  • el padre que grita a los hijos hombres que “llorar es cosa de mujeres o de maricones”, garantizando así una nueva generación que naturaliza la discriminación, el odio y la violencia.
  • el padre que se deslinda cobardemente de responsabilidades, dejando en manos de la pareja toda la enorme tarea de educar y cuidar a los hijos.

No quiero pasar mi vida creyendo que mi fuerza física me da privilegios y derechos sobre las mujeres… prefiero dedicarme a construir relaciones de mutuo respeto con y hacia ellas.

…y no digo que soy perfecto o que nunca me haya visto reflejado en estas actitudes, pero intentó reflexionar sobre mi condición de haber nacido hombre y de haber actuado equivocadamente en función a ello a lo largo de mi vida…

Y si eres hombre y te has dado por aludido al leer estas líneas, no te preocupes, más bien, podría ser una buena señal, porque después de todo, ninguno, absolutamente ninguno de los ‘no quiero’ que acabas de leer, te hace menos hombre.